1. Escribir es una actividad egoísta. Necesariamente sustrae el cuerpo de otras tareas: no se puede escribir mientras se cocina, mientras se coge o mientras se juega a la pelota. La escritura se lleva muy mal con el multitasking, lo que significa, básicamente, que se lleva muy mal con la vida. 

2. Fogwill decía que nadie paga lo que vale una novela. Esta es una verdad económica: escribir requiere un tiempo que se podría dedicar a actividades mucho más rentables, solventes, productivas. No tiene sentido –por lo menos sentido económico– escribir por una recompensa; se escribe para escribir, y punto. 

3. “Si nuestra sociedad no hubiera encontrado la literatura ya hecha, no la hubiera inventado; difícilmente hubiera inventado una práctica tan solitaria, tan contraria a la lógica rápida de la sociedad, de un individuo que en su casa escribe unos textos que nadie le pide y que nunca sabe qué valor tienen” (Ricardo Piglia, Las tres vanguardias). 

4. La escritura es una disciplina del cuerpo. 

5. La escritura reclama el cuerpo para sí, exclusivamente, y obliga a ordenar la vida a su alrededor. En alguna medida, el escritor vive para escribir; el mundo nunca es más que un recurso, un complemento o una competencia.

6. La dimensión corporal de la escritura era evidente cuando predominaba la escritura manuscrita. Como otras actividades eminentemente físicas, tenía incluso sus propios trastornos asociados: codo de tenista, lumbalgia de albañil, venas de yonqui, tendinitis de escritor. Hoy en día las computadoras evitan esos malestares específicos —y traen otros, compartidos con los demás usuarios—, pero eso no significa que haya perdido su condición esencial. La escritura monopoliza el cuerpo, aun cuando este no hace más que estar sentado frente a una pantalla.

7. Hay dos tipos humanos que disciplinan sus cuerpos de manera parecida. Son personas que ordenan sus vidas en función de una actividad improductiva, absorbente y monopólica; personas que se consagran a una obsesión que los define, con la misma irracionalidad con que los escritores se dedican a la escritura: los atletas y los drogadictos. 

8. Un atleta no es solamente el joven millonario que levanta la copa del mundo; esa es más bien la excepción. Un atleta es, sobre todo, una persona que ordena su vida en torno al entrenamiento. Son arqueros con oficio, judocas universitarias, boxeadores de civil, maratonistas sin medalla. Tienen la mentalidad del asceta, de quien hace de la privación un modo de vida; el profesionalismo es un accidente. En primer y último lugar, un atleta es alguien que no come, no sale, no fuma, no bebe. Se entrena en contra de la vida. 

9. La inmensa mayoría de los atletas dedican su tiempo, su dinero y su esfuerzo a una actividad que no les devuelve nada más que el placer de una buena ejecución. Su único objetivo es mejorar su performance

A su vez, esa buena ejecución no depende solo de las privaciones, sino también de llevar el cuerpo al límite de su capacidad, una exigencia que obviamente reduce su vida útil. La perfección tiene un costo presente (la privación) y un costo futuro (el desgaste). Cualquiera que haya visto a un atleta retirado lo sabe bien: el deporte no es salud. 

10. En cambio, los drogadictos se encuentran en el otro extremo de la escala: en vez de sacrificar los placeres para entrenar el cuerpo, sacrifican el cuerpo para entrenar los placeres. Un drogadicto no es una persona que sufre la dependencia a una sustancia —por lo menos no en este ensayo—, sino más bien alguien que está dispuesto a arruinarse por una obsesión. Su meta no es llevar el cuerpo al límite de su capacidad, sino perfeccionarse en el sutil arte del deterioro. 

11. El drogadicto, como el atleta, está dispuesto a atravesar todas las privaciones, pero estas no son sistemáticas, sino circunstanciales. El drogadicto come, sale, bebe, fuma, siempre en la medida de sus capacidades; pero, si es necesario, va a abandonar todo eso sin dudarlo para sostener su obsesión. No es un asceta, sino un hedonista, pero un hedonista comprometido con su arte.

12. El deterioro de los drogadictos se ve en el presente; el deterioro de los atletas se ve en el futuro. Ambos hipotecan sus cuerpos para desempeñar una tarea que nadie les pide ni les agradece, y que no tiene otro fin que perpetuarse a sí misma: jugar/drogarse bien, jugar/drogarse mejor, jugar/drogarse otra vez. 

13. Los escritores son atletas o drogadictos. 

14. Los atletas son meticulosos, sistemáticos, técnicos; como los buenos nadadores, saben escribir en varios estilos. Gustan de las obras luminosas, clásicas, ya sean largas series de novelas idénticas o pequeños cuentos milimétricos. Tienen el doble talento del estudio y de la ventriloquia, y los más privilegiados hasta presumen de cierta imaginación. 

En cambio, los drogadictos son profusos, revulsivos, irregulares. Son administradores del desastre, que oscilan entre lo excelso y lo mediocre. Están obligados a ser fieles a sí mismos: los drogadictos tienen un único estilo, el propio, y lo llevan hasta las últimas consecuencias. Jamás aceptarían ponerse una máscara. 

15. Los atletas ganan el Nobel; los drogadictos son los favoritos de los ayudantes de cátedra. Los atletas son norteamericanos (salvo cuando no lo son); los drogadictos son franceses (salvo cuando son norteamericanos). 

16. Esta división es obviamente ficcional, torpe y falible, pero también es productiva. Se basa en un principio paradójico: si se quiere decir algo más o menos interesante sobre la literatura, hace falta equivocarse un poco.

17. Atletas: Virginia Woolf, Manuel Puig, Mario Vargas Llosa, Sor Juana Inés de la Cruz, J. W. Goethe, Gustave Flaubert, Ursula K. Le Guin, Pablo Neruda, Leonard Cohen, Rubén Darío.

18. Drogadictos: Franz Kafka, Roberto Arlt, Alejandra Pizarnik, Roberto Bolaño, Samuel Taylor Coleridge, Philip K. Dick, Fiodor Dostoievski, Felisberto Hernández, Silvina Ocampo, Juan Carlos Onetti.

19. ¿Cuál es tu libro favorito?

Atletas: El Quijote

Drogadictos: El mío. 

20. ¿Qué es la literatura?

Atletas: Un oficio. 

Drogadictos: Una patología. 

21. ¿Qué es un buen libro?

Atletas: Una arquitectura.

Drogadictos: Un cadáver. 

22. ¿Para qué escribir?

Atletas: Para escribir bien. 

Drogadictos: Para seguir escribiendo.

Manuel Cantón (Argentina). Es licenciado en Letras (UBA), donde se especializó en literatura argentina y latinoamericana. Además, es escritor y corrector editorial. En 2019, fue uno de los ganadores de la Bienal de Arte Joven de la Ciudad de Buenos Aires e integró la antología Divino tesoro ese mismo año publicó su primer libro de cuentos, Un año sin verano. Ha colaborado con artículos y ensayos en distintas revistas culturales. En 2020, recibió una mención en el concurso de ficción Todos los Tiempos el Tiempo, de la Fundación Proa y la Fundación La Nación. Juega al básquet peor de lo que escribe, pero con el mismo entusiasmo.

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